Los relatos del primer pecado capital.

«Bailando una salsa caliente»

Nos movíamos juntos al ritmo de la música, yo le seguía en sus pasos, me agarraba firme y me hacia girar como si fuera una peonza. Al notar su seguridad me sentía libre y extrañamente caliente, era una sensación de sensualidad que pocas veces había tenido. Sus brazos fuertes y su cara perfectamente esculpida me hacían que me olvidara de lo que había a mi alrededor, tanto que estuvimos horas y horas bailando hasta que las luces se encendieron. Con una fantástica sonrisa me acompaño fuera y me ofreció seguir bailando, me dijo que él practicaba en casa, que tenía un salón bastante grande. Yo enamorada con los bailes que había tenido accedí casi sin pensármelo.

En su piso me ofreció algo de beber y puso algo de música para entrar un poco en calor, la melodía fue haciendo efecto en mí y mi cuerpo comenzó a moverse al son de aquella música tan rítmica. Él me cogió sin dilación y nos pusimos a bailar como si no hubiera mañana, cada movimiento era casi único y nuestras respiraciones se cruzaban. Su preciosa sonrisa no desaparecía de su cara y su mirada me trasmitía todo aquello que yo me imaginaba. En uno de los giros acabe muy cerca de él y sin remedio mis labios como imanes se pegaron a los suyos. Sus brazos me cogieron con fuerza y me apretaron contra su fuerte pecho. A mis brazos les costaba rodear su enorme torso, pero aquello aun más me excitaba. Me alzó en brazos y sus manos me cogieron entre los muslos, apoyo mi espalda contra la pared y la pasión de su lengua se entremezclaba con la dulzura de la mía. Los besos fueron bajando, fueron deslizándose por el cuello hasta llegar a mis pechos, allí se entretuvo un poco y al final me lanzó al sofá, donde mi pantalón prácticamente desapareció. Su besos bailaron por mis muslos con la música que aun sonaba, varias veces noté su respiración cerca de mi vagina y aquello aun más me excitaba. Sin poder contenerme más le cogí por la cabeza y se la llevé a mi entrepierna, sabía que paso le tocaba ahora. Con suavidad apartó la ropa interior y su lengua jugó con mi clítoris como si de una pareja de enamorados se tratase, no sé cuantas veces pude sentir aquella fuerte humedad y la explosión de excitación me recorrió todo el cuerpo. Le quité la camisa y su fuerte torso quedo al desnudo, le mordí casi cada centímetro de su cuerpo, después me distraje con su pantalón y le extraje el pene con suavidad, era suave y cálido, ya estaba extremadamente duro. Me lo introduje en la boca con intensidad, casi me atragante por la rapidez con la que me lo metí. Él tenía los ojos cerrados saboreando cada segundo que me entretenía yo con su duro miembro. Sin que él lo pidiese me subí encima de él y dancé como nunca, aquel baile me encantaba. Sus manos se agarraban en mis glúteos y su pelvis se alzaba con cada giro, era algo maravilloso,  como si una extraña electricidad me recorriera todo el cuerpo. Me levantó y se colocó esta vez encima de mí, me puso las piernas encima de sus hombros y notaba como entraba en lo más profundo de mi.  Mis gritos de placer podían oírse con tranquilidad por todo el edificio, pero a mí me daba igual, yo disfrutaba como nunca.

No sé cuantas veces mi cuerpo estalló en orgasmos que me recorrían desde los pies a la cabeza, aquello era  un extraña lujuria. El sudor de nuestros cuerpos ya era desmesurado, como también lo eran nuestros jadeos. Habíamos probado bastantes posturas y él aun seguía con ganas de guerra, yo estaba agotada necesitaba relajarle. Le senté en el sofá me puse delate de él de rodillas y cogí su pene con fuerza. Lamí, chupé y mordí, notaba como su cuerpo se estremecía a cada movimiento que hacía. Al fin noté como sus piernas temblaban y explotó en mi boca, lo trague sin pensar y le miré a los ojos que los tenía idos de la excitación. Me tumbé en el sofá y apoyé mi cabeza en su muslo. Su mano me acarició la cabeza y me dormí pensando en el próximo baile.

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